A todos los humanos, inevitablemente, nos llega un momento en el que lo externo no nos resulta ya tan interesante. Tal vez, de pronto, nos sentimos desencantados por el acontecer del mundo, dolidos por una pérdida o por expectativas que no fructificaron, y entonces comenzamos a mirar hacia adentro buscando algún alivio. O a la inversa: puede que el momento llegue justo cuando estamos en la cúspide de nuestro éxito personal, habiendo cumplido nuestro sueño, y sin embargo nos sentimos desilusionados al descubrir que, aún así, seguimos insatisfechos.
Repentinamente, el mundo exterior y la compañía de otros parecen menos atractivos. Si sientes este impulso, no lo resis-tas, no lo juzgues: es natural que te alejes del mundo cuando comienzas tu viaje interior. De pronto, las aventuras que te esperan dentro tuyo parecen mucho más emocionantes, más satisfactorias e incluso más reales que el “mundo real” que te rodea. Después de todo, el sabor del amor-conciencia es la más satisfactoria de todas las experiencias posibles.
Ahora bien: ir hacia adentro no significa que necesitas renun-ciar a lo material. No se trata de dejar tus bienes materiales y partir a los Himalayas y sentarte ahí a pensar en todo lo que dejaste atrás. Tampoco significa que debas sentarte a meditar mientras esperas que sucedan las cosas. De lo que se trata es de que te enfoques en tu experiencia interna mientras sigues funcionando en la realidad moderna. Vives en un mundo de dualidad, y cuando sea necesario, sigues actuando, hablando tu verdad y llevando tu atención hacia las cosas que necesitan ser mejoradas. El místico moderno puede funcionar en el mundo —como empresario, como actor, como enfermera o jardinero— y seguir anclado en lo interno.
Una vez que has fortalecido el nexo con tu Ser interno, redes-cubrirás el deseo de interactuar y compartir con quienes te rodean. Volverás a salir al mundo, pero ya no será el mundo que antes conociste, porque llevarás contigo la fuerza, la va-lentía y la alegría del autoconocimiento. De pronto te descu-brirás aceptando, sin ansias ni aprehensión, experiencias que antes hubieras enfrentado con un pie en la puerta, listo para retirarte en caso de que algo saliese mal.
Cuando estoy parado sobre la roca de lo eterno, se pierde to-da sensación de fragilidad, y así la libertad, la alegría y la sa-tisfacción cobran un nuevo significado: ya no los percibo como cosas efímeras que deben ser protegidas, sino como la fibra de la vida misma.
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