Si tenemos la capacidad de unirnos en la abundancia, ¿por qué elegimos la separación, el miedo y la carencia? Todo depende de nuestro enfoque. Nos hemos acostumbrado, generación tras generación, a enfocarnos en aquello que nos separa, en nuestras diferencias, en la desconfianza y el miedo.
Aunque hemos evolucionado como raza a través del tiempo, la humanidad aún no ha descubierto su capacidad de evolucionar emocionalmente, de elevarse por encima de sus miedos y llegar a experimentar unidad. Seguimos experimentando carencia, segregación, desconfianza y crueldad.
¡La humanidad aún no ha podido darse cuenta de que para cada necesidad hay una solución! Nuestra capacidad de inventar y crear se ha volcado tanto hacia la protección y la separación, que apenas hemos rasguñado la superficie del inmenso potencial que tenemos para proveer a nuestra extensa familia humana, yendo mucho más allá de la percepción limitada de nuestras propias necesidades, deseos y posesiones.
Pero dentro de cada uno de nosotros yace una experiencia que es plena, dichosa, confiada y generosa. Es lo que nos hace humanos y es lo que une a la humanidad más allá de sus diferencias aparentes. Diversas tradiciones la han reconocido con diferentes nombres e interpretaciones: Los hindúes la llaman Brahman, los budistas tienen su nirvana, los cabalistas lo llaman Ein Sof y los sufíes simplemente el «Hu»; en las tradiciones cristianas es conocida como “la paz que va más allá del entendimiento”. Hasta la física cuántica está reconociendo cada vez más el campo subyacente de conciencia que forma la base de toda materia. No es el nombre ni la tradición lo que tiene importancia, sino la experiencia en sí. Yo la llamo amor-conciencia, ¿cómo la llamas tú
Para que la humanidad se una como una familia global, logrando así superar las atrocidades de la violencia y compartir los regalos de nuestro hermoso planeta, debemos aprender a reconocer aquello que nos une, en lugar de exacerbar lo que nos diferencia.
Celebremos los valores intrínsecos del ser humano que nos unen más allá de nuestras diferencias superficiales. Cultivemosesos valores dentro de nosotros e inspiremos a nuestros pares, pongamos nuestra hermandad primero y nuestras diferencias en segundo lugar. Cuando se torna en algo secundario, la necesidad de defender y proteger nuestras diferencias, de demostrar nuestra propia superioridad por encima de la de los demás o de excluir al mundo por miedo de perder lo que tenemos, comienza a desaparecer.
Todo individuo que esté enfocado en nutrir lo que nos une, está contribuyendo de manera activa al fomento de una cultura de paz. Cuando hallamos paz en el alma, irradiamos paz a todo nuestro entorno. Los que entran en contacto con nosotros serán tocados por nuestra paz, aunque no estén conscientes de ello. De hecho, no hay manera más concreta de contribuir al fin de los conflictos, el odio, la carencia y la desigualdad, que tomar responsabilidad por nuestro propio ambiente interno, lo que yo llamo el «aspecto interior».
En este mundo de tantos extremos y matices, a menudo es más fácil perdernos en nuestras disparidades que enfocarnos en las cosas que tenemos en común. Pero nuestra diversidad solo se percibe en la superficie, debajo de todo, nuestra esencia brilla como un solo ser.