Cuando fluimos con los cambios de la vida, todo se abre. Al estar anclados en el amor, decimos que sí a las nuevas circunstancias y oportunidades que se presentan.

¿Hacia dónde ir?

La jornada no siempre resulta como nos la esperábamos. Queremos controlar la ruta, como si fuéramos un dispositivo GPS que insiste en seguir el camino elegido. Pero los GPS no siempre tienen razón, y cuando nos hallemos en mitad del desierto tocando la puerta de una choza destartalada preguntando: “Disculpe, señor, ¿ésta es la Biblioteca Municipal?”, ¡más vale que aceptemos que algo falló con el GPS!

Hacia nuestro destino

Puede que esta situación suene exagerada, pero cuando nos obsesionamos con una idea fija y nos resistimos a la nueva situación que se nos presenta, a menudo vemos lo que “queremos ver”, en lugar de ver la realidad. La voz en nuestra cabeza puede insistir en que las cosas son de determinada manera. El hecho es que si no resultan de esa manera, es posible que sea porque existe una ruta mejor. A veces la ruta más larga nos da la experiencia necesaria para saber qué hacer al llegar a nuestro destino.

La vida se trata de crecimiento, del descubrimiento de nosotros mismos, no de la consecución de metas. Si nos obsesionamos con la meta perdemos de vista el trayecto. El paisaje pasa inadvertido si no podemos dejar de mirar el reloj.

Abrirse a los cambios inesperados

En lugar de luchar contra los sucesos que ocurren, comienza a decir “SÍ”: sí al cambio, sí a las sorpresas, sí a los eventos inesperados. Entonces podrás apreciar la perfección que hay en todo. Puede que las cosas no sean como imaginabas, pero eso no significa necesariamente que las cosas vayan mal. Cada vez que te enfrentes a cambios inesperados, pregúntate: “¿En qué estoy enfocado? ¿Estoy eligiendo la paz, el amor? ¿Estoy optando por el ‘sí’? ¿O estoy peleando en mi cabeza?”

Dejando ir el sufrimiento

Cuando mi madre decidió vender nuestra propiedad familiar, yo estaba muy apegada a ella. Sentía que la propiedad era la única conexión que me quedaba con los seres amados que había perdido recientemente: mi padre y mi abuela.  Australia estaba pasando por una crisis económica extrema. Cuando finalmente acepté que habíamos perdido la propiedad, en verdad la dejé ir.

Al soltar mi estabilidad externa – simbolizada por mi hogar de infancia – y empezar a desarrollar mi seguridad interna, sentí una gran liberación. A menudo tenemos miedo de dar esos pasos —de soltar nuestro apego a las posesiones o lugares con los que estamos sentimentalmente relacionados—, pero hasta que lo hacemos, seguimos siendo esclavos de esos apegos.

Dejando ir los apegos

Confundimos esas cosas con el sentimiento de amor que nos recuerdan.  “Esta es la vajilla de mi madre.” “Esta es la pintura de mi bisabuela.” “¡He aquí las cosas heredadas de la familia que no puedo soltar!” Así, terminamos rodeados por un montón de objetos a las que nos aferramos porque todo tiene un valor sentimental. Pensamos que el sentimiento reside en esos objetos fuera de nosotros y luchamos intensamente por conservarlos. Dejamos que se acumulen en nuestros garajes, áticos y habitaciones; los metemos en cajas, los llevamos con nosotros en cada mudanza y ni siquiera los desempacamos.

Encontrando la seguridad dentro nuestro

Pensamos que estas cosas materiales representan amor y seguridad, pero en realidad lo material es increíblemente frágil y fugaz. El verdadero amor y seguridad existen solo en nuestro interior.  Al buscar seguridad en las cosas externas, alentamos el control y el apego, que son la antítesis de la verdadera libertad y el amor.

Lo que buscamos está más cerca de lo que imaginamos

Llegamos a este mundo sin nada; nos vamos de aquí sin nada. ¿Estábamos incompletos al llegar? ¿Estamos incompletos al irnos? La verdadera plenitud no proviene de la acumulación de cosas, sino de dejar ir: soltar la idea de que, de alguna manera, nos falta algo. Entonces, nos damos cuenta de que siempre estuvimos llenos de aquello que anhelábamos.