Pasamos la vida luchando para ser los mejores, los más exitosos, y al hacerlo nos olvidamos de vivir. Pensamos que seremos felices cuando lleguemos a la cima de la montaña, cuando alcancemos el objetivo que nos propusimos, ¿pero qué encontramos cuando llegamos a la cima? Otra cumbre más alta para escalar.
¿Y qué hay de la vista que se puede gozar a medida que se escala? ¿Puedes cada paso, cada momento, o estás obsesionado con la meta? Si es así, estás preparándote para la desilusión, ya que lo que buscas no está en la cima de ninguna montaña, sino en el fondo de tu corazón.
Buscar satisfacción externa puede ser más deslumbrante, más tentador que retirarse al silencio interior. Sin embargo, nuestro sentimiento de estar incompletos nació al separarnos de ese silencio, y es ahí donde debemos retornar para encontrar la plenitud. Hagas lo que hagas, hazlo desde el amor: danza con soltura, canta con alegría, pinta con regocijo. Sé inocente, juguetón, expresivo; si tienes un negocio, haz de él una obra de arte, algo magnífico donde todos trabajen como una unidad, dando, disfrutando, creciendo.
Y somos muchos los que sentimos una intensa necesidad de controlar nuestras circunstancias, de sentarnos en el asiento del conductor de nuestras vidas. Esta necesidad de control nos hace rígidos, incómodos con lo inesperado, apegados a nuestros planes y a los resultados y opiniones que hemos proyectado, reticentes a considerar otras opciones.
Sin embargo, esta inflexibilidad nos hace sentir seguros. En el fondo, todos nos sentimos muy vulnerables, y es por eso que tratamos de protegernos. ¿Cómo? Controlando nuestro entorno. Y cuando las cosas no salen como queremos, nos molestamos. ¿Por qué? Porque eso nos expone a sentimientos de inseguridad y temor.
Cuando nuestra rigidez es desafiada (cuando los chicos se comportan mal, cuando una reunión es reprogramada inesperadamente, cuando el jefe cambia nuestro rol, cuando nuestra pareja dice algo inapropiado en una cena, cuando nuestra autoridad es cuestionada), sentimos que el dique comienza a romperse y, repentinamente, somos confrontados con nuestra propia vulnerabilidad.
Tratamos de protegernos erigiendo barreras bajo la forma de fuertes opiniones y planes detallados, pero no nos damos cuenta de que terminan aislándonos, se convierten en algo semejante a las paredes de un fortín: pensamos que mantienen a raya al enemigo, pero en realidad lo que hacen es mantenernos encerrados a nosotros. Puede que alejen a los enemigos, pero también distancian a los amigos. Al separarnos del mundo, perdemos la oportunidad de unirnos, porque todo es tan estructurado y controlado, tan carente de emoción, que no logramos conectarnos con otros en un sentido profundo.
Abraza la incertidumbre que te brinda la magia de la vida. Sé curioso en relación a cómo se desarrollarán las cosas y no te apegues a la idea de un resultado particular. Sé tan vulnerable como puedas, sé tan inocente como puedas y descubrirás una nueva alegría: la alegría sin límites del niño, un niño que perdiste hace mucho tiempo. Enfócate en la alegría, pues aquello en lo que te enfocas crece. De este modo, crearás una vida de alegría plena y sorpresas agradables.
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