Cuando nos comunicamos con nuestros semejantes, rara vez escuchamos lo que nos dicen y a menudo ya estamos respondiendo antes de que el otro haya terminado de hablar.

En cada interacción o relación ocupamos distintos roles: el que escucha pasivamente y es sólo una oreja para el que no para de hablar, el que se comunica emotivamente, pero el otro no lo tolera, en fin, hay una multitud de formas, y todas tienen un punto en común: ninguno de ellos en realidad se está escuchando a sí mismo, y por ende, no sabe cómo escuchar ni cómo comunicarse con el otro.

El tener orejas te permite oír, pero al escuchar ya involucras la conexión interna para verdaderamente recibir, y especialmente, sentir. Entonces, el primer paso aquí es aprender a escucharte a ti mismo, y cuando logras esto puedes profundamente escuchar a todos, y entonces experimentarás el poder de transformación que esto conlleva para ambas personas involucradas.

Entonces, ¿Cómo podemos modificar esto? ¿Cómo abrir las avenidas para escucharnos cada vez más y mejor? ¿Cómo lograr cambiar y así poder verdaderamente escuchar lo que los otros te quieren comunicar?

El primer paso es darnos cuenta, darnos cuenta de que la repetición de nuestras acciones, de nuestras actitudes, nos llevan siempre al mismo lugar, ese lugar automático e inconsciente, y que eso se puede cambiar. ¿Cómo?

Se cambia cuando paras y dejas de hacer las mismas cosas robóticas y repetitivas de siempre. Entonces vas a empezar a saber, a conocerte, a vivir conectado experimentando esa diversidad y variedad tan única y singular que es cada individuo.

Y comenzarás a ver que no había confianza en ti mismo, que no te respetabas, que te forzabas a hacer cosas en pos de los “deberías”, aunque te hiciera daño. En síntesis, nuestras acciones no coinciden con nuestro sentir, y es porque no nos escuchamos. Después de este reconocimiento tan importante, la próxima vez podremos optar por actuar desde el amor y el respeto interno a uno mismo, y entonces notaremos la diferencia, tanto en la respuesta como en los sentimientos.

Esa sensación nos acompaña y además nos enseña a fortalecer la brújula interior: el propio corazón. Y podremos comenzar a percibir y decidir desde allí. Cuando nuestras acciones e interacciones están guiadas desde este lugar, podemos estar presentes con nosotros mismos y con los demás.

Y podremos conectarnos con la otra parte imprescindible de este escucharnos, que es decir y expresar siempre lo que uno siente, la propia verdad en cada momento. Así, nos vaciaremos de aquello que nos separa y seremos receptivos en la comunicación y en aquello que nos une.