Nuestra madre es la persona que, sin importar la edad que tengamos, vive en nosotros día a día y por el resto de nuestras vidas. La adoramos, competimos con ella, estamos apegados a ella o nos peleamos, mas sin importar esto, son nuestras madres las que imprimen los mejores aspectos en nosotros.
Amamos la seguridad y el confort que nos brindan y odiamos el control y el miedo que nos provocan. La intensa emoción del amor de madre alimentándonos, dándonos su atención y protección en los primeros tiempos, nada de eso se borra, pero tampoco los rechazos, la desaprobación, los retos, que se graban a tal punto en nuestra memoria, en nuestro sistema nervioso, que hoy, siendo adultos, por lo general andamos proyectando eso mismo en nuestras relaciones “adultas”, buscando esa protección, ese ser que nutre, ese amor, y repitiendo los rechazos también.
Nuestras madres son nuestros espejos más grandes. Cuando puedes decir, verdaderamente, que amas a tu madre con todo tu corazón, sin juicios ni arrepentimientos, vas a saber claramente que te estás amando a ti mismo incondicionalmente.

Pero si aún no puedes decir que lograste este punto, lo que sea que sientas en estos momentos te brinda una maravillosa oportunidad para sanar los rencores y tensiones que están grabados y no resueltos, para desenredar aquellos malos entendidos, aquellas memorias cargadas de reproches por eventos que nos dejaron amargura, confusión, desolación. Lo que dejan estas huellas es siempre la sensación de injusticia, de que uno fue víctima de algo no merecido, de que el otro expresó una falta de confianza sin darnos la oportunidad de ser valorado, reconocido.
Todo esto, cuando llegamos a una edad adulta, nos da una muestra clara de que podemos sanar allí algo más, podemos acercarnos más al amor incondicional a nosotros mismos y ser seres humanos más completos, más realizados en amor. Generalmente, cuando uno no sabe qué hacer, se cierra. Pero si somos honestos y nos abrimos, tendremos la oportunidad de reconocer que aquello que odiamos de nuestras madres ¡es lo que más odiamos de nosotros mismos!
Y es porque nuestras madres a menudo viven aún en nuestra cabeza, en nuestros pensamientos, criticándonos, marcándonos lo que está mal con nosotros, y sin darnos cuenta repetimos esa misma forma de relación con nuestros hijos, con nuestras parejas. Porque siempre tu madre está presente en aquellos aspectos que tú no has abrazado, no has amado aún en ti.
La gran celebración del día de la madre puede ser entonces una gran oportunidad para decir sí a lo que hemos negado, para amar lo que hasta ahora hemos temido, para abrazar lo que hemos rechazado. Esto nos permitirá ver a nuestras madres con otros ojos, el amor vibrará cada vez más alto.
Y este sanar a nuestra madre internamente encontrando el amor y la aprobación por nosotros mismos, nos permitirá, si aún están vivas, acercarnos a ellas y darles todo nuestro amor, cuidarlas como ellas nos cuidaron, amarlas incondicionalmente como ellas nos amaron. Y si ya no están en este mundo, recordarlas y tenerlas en nuestro corazón como lo mas preciado de nuestras vidas, para siempre.
¡Feliz día en amor, MAMÁ!
Entrevista realizada en Estrella Valpo