Sea lo que sea que desees, para que se dé existe una sola palabra mágica: ¡sí!

Sí a la vida, sí a recibir, sí al amor, sí a abrazar con gratitud lo que se da, sí a perseverar, sí a ir más allá de donde hemos llegado, sí a nuestros hijos para que crezcan siendo lo mejor que puedan ser, sí al vecino, dando para juntos dar más, sí, sí, sí.

Y enfatizo esto, en un día tan especial, en una semana tan especial, pues tal vez sea tan automático que ni nos damos cuenta del cómo nos cerramos a recibir y a experimentar lo que la vida nos trae.

Pero no tengo duda de que si lo que hasta ahora hemos estado experimentando no nos da lo que buscamos, la única solución es dejar de hacer siempre lo mismo e intentar algo nuevo. O sea, comenzar a decir SÍ a lo que hasta ahora decíamos NO, para ver al menos si va por allí el cambio.

El miedo a que nos rechacen, el miedo a que nos juzguen por hacer las cosas mal o diferentes de lo convencional, el miedo a expresarse uno mismo y no encontrar lo buscado, es el miedo más grande que tienen los seres humanos. En síntesis: el miedo a no recibir la aprobación de los demás.

Armamos con este miedo una serie de prisiones casi sin darnos cuenta, cuyos barrotes tienen en común el estar construidos con muchos NO. Tenemos miedo a que nos digan que no y entonces mentimos para que nos acepten, mentiras pequeñas o grandes, pero en ese mentir, nosotros nos decimos no a nosotros mismos.

Tenemos miedo a que no nos acepten y entonces usamos máscaras y fingimos ser algo que no somos, hasta que, finalmente, terminamos tan enfocados en la aprobación exterior, que perdemos nuestra propia aprobación, y es como si nos convenciéramos de que hay algo fundamentalmente mal con nosotros mismos.

Esos NO que automáticamente decimos a las nuevas posibilidades en lo cotidiano, los que respondemos en forma automática – ¿te has dado cuenta? – esos NO son sólo protecciones que se resisten a la vida.