Vivimos en un mundo de cambio constante. Los desastres naturales son un recordatorio intenso de lo imprevisible de nuestro entorno. Una catástrofe que me afectó y tocó muy de cerca fue el terremoto del 2010 en Chile. Las vidas de muchos de mis amigos y estudiantes se vieron afectadas por él.
Cuando nos enfrentamos a una catástrofe, una profunda sensación de vulnerabilidad nos deja expuestos y sin respuestas. Impresionados por el horror de las imágenes aparecidas en los medios de comunicación, se nos recuerda una y otra vez lo transitorio que es todo en la vida, la inutilidad de la ganancia material, que proporciona sólo una ilusión de seguridad que puede desaparecer en cualquier momento. Nos recuerda que no podemos controlar ni siquiera lo fundamental en nuestras vidas: el suelo bajo nuestros pies. La sensación de fragilidad es extrema.
En estas situaciones en las que muchos sufren devastación, a menudo escuchamos historias sobre el florecimiento de un sinnúmero de héroes anónimos, quienes movidos por el amor, dan sin cesar hasta el punto de arriesgar su propia seguridad. Son los héroes que, más allá del género, clase o credo, salen a las calles a dar. Movilizados por la fuerza del amor, simplemente comparten, consolando y abrazando a los heridos, a los que están en pánico y a los afligidos.
En momentos como éstos lo único real es el amor que nos une en una acción sin límites, nuestras disputas y conflictos olvidados por un instante sagrado. Son momentos en los que simplemente estamos, somos, unidos en el amor. A través de estas acciones altruistas podemos ver cómo la conciencia de la humanidad va en aumento, en respuesta a estas situaciones extremas. Y podemos ver cómo el amor prevalece sobre el dolor y el miedo.
Aunque no podemos entender y aunque tenemos miedo, podemos encontrar consuelo al recordar que dentro de todos nosotros se encuentra un lugar inmutable de paz y amor que nunca se irá. Cuando lo externo se vuelve muy inestable, si nuestra atención se dirige hacia el interior, podemos reconocer que nuestras diferencias no importan, que dentro de cada uno de nosotros vibra un SÍ a la vida. Incluso si nos sentimos perdidos, podemos poner nuestra atención en nuestros corazones, siéntelo latir ahora, siente su tibieza: dentro de él puedes descubrir el amor conciencia; es inagotable, sin límites y cuanto más da, más tiene para compartir.
Es hora de transformarnos a través de las acciones del amor. Luego nos daremos cuenta que todo lo que sucede es para nuestra evolución. Aprendamos a danzar frente a la devastación, en medio de las dificultades, frente a lo que la vida nos trae. Aprendamos a ver a través de la ilusión del control, para darnos cuenta de que la vida, en realidad, no tiene garantías y para abrazar la naturaleza impredecible de la existencia, en lugar de tratar en vano de torcer el poder indomable del mundo.