Sin embargo, tenemos tantos juicios respecto al sentir, que es sorprendente, como si tuviéramos juicios por tener la sangre roja. Es nuestra naturaleza más esencial. En realidad como no sabemos qué hacer con lo que sentimos o con las emociones, las ignoramos y reprimimos y luego nos sorprenden apareciendo por otro lado: una ruptura en las relaciones, reacciones descontroladas sin justificativo o incluso, hasta llegamos a enfermarnos. Todo lo que se nos presenta en la vida, es para ser tocados por ello, para sentir. ¿Qué eliges tu hacer? Si eliges sentir las emociones a medida que surgen, sanarás la separación contigo mismo y con los otros de una manera más fluida y natural, y así tu actuar no seguirá separado de tu necesidad ni de tu universo.
En primer lugar, es muy importante abrazar completamente nuestra experiencia humana y ser conscientes de nosotros mismos. Suprimimos nuestras emociones con tanta fuerza que nos desconectamos totalmente, de modo que toda la tristeza y la rabia son reprimidas dentro de nuestros cuerpos – dentro de nuestro sistema nervioso – y todo eso se pudre y se transforma en enfermedad. Como resultado, vivimos en nuestras cabezas, corriendo de un lado para el otro, buscando distracciones y no estando nunca presentes con nosotros mismos.
Les voy a dar un ejemplo: Cuando estoy en Santiago de Chile, voy a correr todos los días a la orilla del Canal. Siempre me fascino con dos de los trabajadores que arreglan los jardines que lo bordean. ¡La diferencia entre estas dos personas es tan fuerte!
Es una imagen perfecta de la dualidad. Una es una señora mayor. Es una expresión pura de gracia. Tiene un rostro y una postura aristocrática. En realidad la primera pregunta que te viene a la mente es: “¿Por qué está trabajando aquí?” Parece tan fuera de lugar. Pero pronto te das cuenta que ella pertenece a todas partes. Tiene una serenidad, una paz interna que irradia a través de los jardines como la luz del sol. Es tan amorosa con su trabajo, es como si acariciara las hojas a medida que las barre. Cuando paso a su lado, es como una brisa. Me sonríe, pero nunca se deja perturbar de su momento o distraer de su tarea. Con los años llegamos a conocernos, se llama Rosa, e incluso ha venido a mis seminarios.