Comienza a darte tiempo. Encuentra tiempo para caminar en la naturaleza y estar ahí de verdad, bebiendo de los sonidos y el paisaje, sintiendo la brisa, disfrutando de la luz que juega sobre tu rostro. Siéntate y simplemente sé, en lugar de estar siempre llenando cada momento con actividades.

¿Ser o estar?

Comienza a valorar la sencilla experiencia de estar vivo, la alegría de existir, sin estar haciendo cosas. Date cuenta de que cuando te das a ti mismo, das también a los demás: te equilibras y estás más relajado, lo que te permite servir mejor a los demás, con más alegría.

Normalmente estamos tan identificados con nuestras mentes que creemos que somos lo que pensamos. Nuestros pensamientos tienen el poder de cambiar nuestro estado de ánimo: nos estresan, nos preocupan, nos arrastran a la depresión e incluso a los ataques de pánico. Mientras estemos a merced de nuestro intelecto caprichoso, nunca lograremos encontrar la felicidad duradera.

Nutrir la conciencia

Debemos hallar una base estable sobre la cual podamos construir una vida de paz, confianza y seguridad. El hábito de agobiarnos por lo que pensamos que tiene que ser o cómo tienen que salir las cosas, va mellando nuestra salud, nuestras relaciones, todo.

Ser sustentables con nosotros mismos

Estamos tan acostumbrados a tomar y recibir los eventos como algo que “nos pasa”, y luego nos sentimos víctimas de ello cuando en realidad, la vida nos trae la gran oportunidad de dar un giro a ese rumbo, de elegir si por donde vamos es por donde realmente estamos siendo lo mejor de nosotros mismos, o seguimos siendo simples robots automatizados.

Fluir en la danza de la vida

En verdad, sólo podemos tomar responsabilidad absoluta cuando nos animamos a evolucionar, y ¿ésto qué significa? Significa estar cambiando en forma permanente, tal como la vida misma lo hace en la naturaleza: en el giro continuo de un planeta que nos lleva volando por el universo – de lo que ni nos damos cuenta siquiera -, en una respiración que no cesa nunca mientras vivimos y está produciendo cambio de oxígeno y purificación de la sangre, en el constante bombeo de un corazón que nunca  detiene su danza de la vida, de lo que tampoco nos percatamos mientras, atareados, vivimos desde una mente que nos sumerge en sus preocupaciones y  no nos deja disfrutar.

Abrirse a los procesos de cambios

 Por supuesto, el enemigo ignorado que tenemos en este proceso de cambio permanente es el apego a todo lo que nos da una cierta seguridad, algo de donde sujetarnos. El miedo al cambio, tal como el miedo a la muerte, está grabado profunda e inconscientemente en nuestra personalidad.

Cuando queremos cambiar y comenzamos a dar los pasos en consecuencia, el proceso evolutivo externo es fluido, gozoso, de realización y dicha. Finalmente estamos fluyendo con la vida misma, finalmente estamos sobrevolando cielos de paz perpetua. Finalmente podemos comenzar a decir, que estamos viviendo.

Recibirnos y recibir

 Una vez que comenzamos a cultivar lo que yo llamo amor-conciencia, – esa experiencia interna de amor, de paz, de dicha – nos damos cuenta de que esos momentos deben atesorarse. Y descubriremos que cuando nosotros cambiamos, todos los demás van a cambiar. Nuestros espejos cambiarán, pues finalmente, estaremos abiertos a recibir.