Nuestros hábitos son automáticos, actuamos sin saber por qué lo hacemos de esa manera; está aprendido y grabado que somos en esa área como robots. Nos defendemos con nuestras reacciones casi constantemente; si observamos nuestros vínculos y relaciones podemos detectar esas reacciones con las que tratamos de agredir antes de que lo hagan, o respondemos agresivamente por sentirnos heridos o para evitarlo.
En todos estos momentos generalmente estamos queriendo probar que tenemos razón o que el otro apruebe nuestro punto de vista para estar de acuerdo, porque si no lo sentimos que está en contra. Cuando nos apegamos a nuestro punto de vista, éste puede llegar a ser más importante que cualquier otra cosa.
Como consecuencia, sentimos una urgente necesidad de tener la razón, lo que a menudo exige demostrar que el otro está equivocado y como consecuencia genera conflicto. Siempre que sentimos esta necesidad de probar un punto, perdemos de vista la dicha de este momento. Es fácil saber cuándo una idea u opinión está basada en miedo: viene acompañada de la necesidad de defenderla, para proteger la idea de aquellos que no estén de acuerdo. Esta es la raíz del fanatismo. El amor, por el contrario, no necesita defensa. Se trata de una apertura fresca y dulce que abraza las opiniones de otros. Al dejar de lado tu necesidad de tener razón, aprendes a fluir con el mundo.
Para hacer esto, no tienes que decidir que te has equivocado. Simplemente tienes que abrirte a la posibilidad de que tu punto de vista no sea la verdad absoluta, que en el gran esquema de las cosas, ni siquiera importe, que en realidad esta opinión tuya tan preciada es sólo otro pensamiento, es sólo otra construcción de la mente. Simplemente el ceder a esa flexibilidad te lleva a un lugar de mayor receptividad. “Yo no sé” es una de las expresiones más poderosas en el camino de crecimiento interior.