Yo no sabía que no me amaba, pues me daba todos los gustos, pero en realidad siempre eran para complacer a otra persona. No podía estar presente simplemente conmigo, era como correr detrás de una zanahoria ilusoria a la que jamás iba a poder alcanzar. Otro comportamiento permanente que tenía era el dudar de mí. Si alguien me decía algo, eso predominaba por sobre lo que mi voz interior pudiera decir. O la tenía en volumen muy bajo como para escucharla, o el que el otro me aprobara era más importante que lo que yo sintiera.

Pero claro, llega un momento en que la vida te pone por delante situaciones en las que te tienes que ver. Y entonces comienzas a decidir a favor de ti mismo, a no abandonarte ya en los lugares que son obvios, como cosas que hacemos por miedo al rechazo, o cuando transigimos, o como en mi caso: el miedo al abandono. El pánico que yo tenía era a ser abandonada, ese era mi talón de Aquiles. Pero fue también el sendero por el cual tuve que transitar, cambiar y crecer. Y en general, es para todos así: aquello a lo que más tememos es nuestra gran oportunidad para trascender las limitaciones y los bloqueos, y florecer, conocernos, ser, en toda nuestra magnitud.