La fuerza impulsora tras la verdadera ciencia y la verdadera espiritualidad es la curiosidad. Cualquier investigador científico o buscador espiritual que acepta una visión preestablecida del mundo como la realidad absoluta, renuncia inmediatamente a alguna posibilidad de descubrimiento.
En 1890, el consenso general de los físicos más distinguidos era que todos los hallazgos significativos ya se habían realizado, razón por la cual el joven Max Planck fue desalentado por su profesor a elegir una carrera en física. Por suerte no le hizo caso, ya que los descubrimientos de Planck desataron una revolución que dio paso a lo que hoy se conoce como física cuántica; un campo de investigación que aún está lleno de misterio y de preguntas no contestadas.
Cuando un nuevo descubrimiento científico demuestra que el conocimiento actual está equivocado o incompleto, ocurre un momento de realización y un cambio de paradigma, no muy diferente a la revolución interior que surge al descubrir nuevos aspectos de nuestro ser. Cuando hallamos un estado interno que trasciende lo individual, que yace más allá del intelecto, más allá de la personalidad, nuestra comprensión previa de quienes somos se ve completamente transformada.
Por lo tanto, diría que la introspección es el emprendimiento científico más noble de todos, pues es la observación del observador. Para mejorar sus investigaciones, un científico tiene que estudiar la naturaleza de su propio observador interior. Al conocerlo, aumenta sus poderes de observación.
Albert Einstein, considerado como la mente más brillante del siglo XX, personificó esta integración de la ciencia con la indagación espiritual. La mayoría de los descubrimientos más significativos de Einstein ocurrieron mientras se encontraba sentado en su sillón: su teoría de la relatividad fue construida en el “laboratorio” de su mente, donde los “experimentos mentales” — reflexiones sobre las consecuencias de experimentos imaginados— fueron el elemento principal de sus investigaciones. Este proceso mental, en muchos aspectos, no es muy diferente a la Práctica Meditativa.
Muchos de los dichos más famosos de Einstein no sonarían tan fuera de lugar en boca de un sabio espiritual: “El sentimiento religioso de los científicos toma la forma de un extasiado asombro ante la armonía de la ley natural, que revela una inteligencia de tal superioridad que, comparada con ella, todo el pensamiento sistemático y la actuación de los seres humanos es un reflejo absolutamente insignificante.”

Esta declaración expresa algo que le permitió valorar la importancia de la humildad dentro de la ciencia: se dio cuenta de que existía una sabiduría más grande que el intelecto. Donde la ciencia explora los limites del intelecto, la espiritualidad los trasciende; donde la ciencia usa el poder del intelecto para estudiar al mundo, la espiritualidad usa el poder del ser para descubrir la naturaleza de la conciencia misma.
No existe ningún conflicto de intereses aquí; el científico espiritual puede ciertamente existir sin conflicto interior alguno.
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Entrevista realizada en Estrella Valpo