Dentro de la ilusión experimentamos progresos, a veces a pasos agigantados, pero luego, de pronto, las cosas comienzan a retroceder nuevamente, y volvemos a experimentar aquello por lo que habíamos luchado tanto por cambiar en él afuera.  Este patrón ocurre debido a nuestra programación, a la forma en la que siempre estamos mirando hacia lo externo, tratando de cambiar a los otros y cambiar la forma en la que ellos nos ven o nos tratan.
Como seres humanos insistimos en todos estos cambios externos, sin realmente transformar nuestra propia programación, sin cambiar los juicios y prejuicios que llevamos grabados dentro de nuestras cabezas. Estas ideas y creencias sobre nosotros mismos no pueden realmente evolucionar, hasta que no hayamos aprendido a liberar la carga emocional profundamente enraizada que las sostiene. Inconscientemente, estamos luchando contra nuestros propios sistemas de creencias y, por lo tanto, el progreso que creemos haber adquirido en lo externo disminuye después de un tiempo, porque en el fondo, estamos de acuerdo con nuestros prejuicios.

Recientemente, me tocó escuchar a un grupo de mujeres, hablaban sobre los derechos de la mujer y comentaban acerca de las mujeres de una aldea y de todo el trabajo verdaderamente inspirador que ellas habían realizado para apoyar el cambio. Como mujer australiana en medio de toda esta charla, me sorprendí cuando una de ellas proclama: E incluso logramos que se casaran”, como si ahora, al estar estas mujeres casadas, finalmente estuvieron completas. Estas palabras fueron dichas por una mujer muy inteligente, graduada en una reconocida universidad estadounidense y que, a pesar de eso, ella aún creía que una mujer tenía que estar casada para ser considerada completa.

¿Por qué? Porque a un nivel inconsciente, ella aún se identifica con sus creencias culturales profundamente arraigadas e internalizadas: “No estaré completa hasta que no encuentre al hombre que me valide”. Es obvio que esta creencia, compartida en medio de una exposición tan increíble, no tenía nada que ver con el tema “los derechos de la mujer”. Más bien tenía que ver con lo que realmente estaba sucediendo en lo profundo de ella misma. Por debajo de la superficie, estas mujeres aún están alineadas con sus prejuicios internos, y esta, inconscientemente, es la razón por la cual el progreso externo va tan lento, y el motivo de que el cambio real demore tanto en suceder. Avanzamos, y luego nuestro prejuicio interno diluye las cosas y nos sumerge nuevamente en el programa.
Realmente, yo no sé si las personas podrán de verdad cambiar; sin realizar un trabajo personal profundo, yo no creo que puedan. Lo que sí creo que pueden hacer es ir más allá de su programación, llegando al punto de no obedecerle ya más; pero el programa seguirá estando ahí, solo que ignorado. Hasta que no podamos encontrar nuestra propia experiencia interna de paz y nuestra grandeza interior basada en el amor incondicional, no tenemos absolutamente nada; simplemente estamos mirando nuestros propios prejuicios reflejados de vuelta a nosotros por el afuera.  Este hecho es fácil de observar: si en algún momento tienes que pelear para sentirte validada, puedes estar segura que tienes un juicio interno.

A nivel personal, jamás siquiera se me ha ocurrido que estuviera limitada por ser mujer, así que siempre me he sentido libre de hacer el mismo trabajo que los hombres. Nunca pensé: no me van a dejar hacer algo porque soy mujer. No pensaba: soy mujer; solo estaba determinada a hacer lo que me propusiera. Al mismo tiempo, veía cómo mi madre, una mujer exitosa y poderosa, intentaba en su trato hacia mí, de mantenerme pequeña y femenina, llevándome a que mostrara menos mi talento atlético y que no fuera tan extrovertida diciendo todo lo que se me venía a la mente, no tan progresiva, ambiciosa o enfocada.  Ella quería que yo encajara y que no hiciera sentir mal a los demás, como si todas esas cualidades positivas, tan celebradas en los hombres, no fueran deseables en una mujer.

Pero el ser nuestra propia grandeza, siempre nos lleva de vuelta a nuestra propia sanación, a ir más allá de los pensamientos y prejuicios que nos limitan internamente. Si mi éxito tiene que depender de ser el doble de buena que un hombre o de superar las circunstancias de mi sexo o género, tendré que dar una mirada profunda y descubrir aquellos pensamientos y creencias que, desde lo interno, me condenan a una lucha permanente.  ¿Por qué yo, como mujer, me dejo para el final? ¿Por qué yo, como mujer, me como la tostada quemada o hago todo el catering? ¿Por qué yo, como mujer, me abandono en la búsqueda de aprobación? ¿Es para ser vista como una buena chica, o como alguien que vale? Pero, ¿cómo puede este autoabandono darle valor a mi humanidad? No puede, porque inconscientemente estoy de acuerdo con esas creencias que justamente me limitan.

¿Cambiarán las cosas alguna vez? Realmente no lo sé. Tal vez en algún nivel lo harán, pero la verdad es que estamos teniendo una experiencia humana, por lo que, en cierto grado, se supone que debemos sentir esta limitación, y así usarla desafiándonos a más, utilizando cada aspecto que percibimos siendo defectuoso, como una forma de experimentar más amor, más aceptación y mayor despertar de uno mismo.  Al final, estas limitaciones son las que, verdaderamente, nos llevan a evolucionar.

La verdadera pregunta que debemos hacernos es ésta: ¿quiero ser víctima de mis circunstancias aparentemente limitadas, ya sea mi sexo, mi color, mi raza, mi preferencia o mi situación financiera? ¿O quiero ser una creadora maestra que toma total responsabilidad por su propia vida, que va más allá de todas las adversidades, para sanarse profundamente e inspirar a otros a hacer lo mismo?

En el momento en que soy lo mejor de mí misma, ya he logrado ser una creadora. ¿Deseo dejar ir mis propios prejuicios internos para poder mostrar en forma amorosa a los demás cómo vivir compasivamente desde un lugar de unidad y comprensión? Fundamentalmente, esta es la pregunta que estoy haciendo: ¿Deseo ser un recipiente de amor a través de mi propia autorrealización?