La realización espiritual es el mayor deseo del corazón. Así como un adulto ya no está interesado en los juguetes que a un niño le parecen fascinantes, cuando pruebas un poquito del amor-conciencia, los demás deseos se sienten insignificantes a su lado. Por lo que no es negando el deseo que encontramos la liberación, sino descubriendo nuestro deseo más puro y verdadero. Una vez que hacemos esto, los deseos obsesivos y la necesidad por la satisfacción externa pierden de manera natural su poder.

Nuestros deseos están teñidos por los recuerdos almacenados en nuestra mente inconsciente. Las mujeres que en repetidas ocasiones se encuentran en relaciones abusivas a menudo provienen de una niñez violenta y por lo general asocian abuso con amor. Por supuesto que no son conscientes de esta elección, pero el trauma de las experiencias del pasado empaña su elección de compañeros. Para otros, las cosas que buscan en la pareja pueden ser las que les faltaron en la relación afectiva con su madre. El deseo de riqueza personal puede estar motivado por habernos sentido menos que los compañeros en la escuela, o el querer demostrar nuestro valor frente a alguien a quien veíamos como autoridad, o incluso envidiábamos. Por supuesto, éstos son sólo ejemplos y cada una de nuestras historias es única y diferente, lo importante es que entendamos que nuestros deseos no son racionales y por ello no pueden ser removidos por un pensamiento racional. Cualquier intento de librarnos de nuestros deseos por medio del intelecto resultará en negación, pues a pesar de que intelectualmente queramos dejar ir el deseo, el sistema de soporte de nuestra matrix personal nos controla desde un nivel mucho más profundo. Así, podemos convencernos de que en realidad no necesitamos un auto nuevo, diciéndonos que pronto nos cansaremos de él y saldremos detrás de un modelo más nuevo; no obstante, aunque podemos entenderlo intelectualmente, el deseo no proviene del intelecto, sino de un espacio más profundo, un lugar donde nos sentimos incompletos y que algo nos está faltando.

A pesar de que el deseo ya no actúe, el ansia sigue estando allí, influenciando nuestra vida en formas que ni siquiera nos damos cuenta: manifestándose como otros deseos o sentimientos de carencia, obsesión o necesidad.

Esto se hace más evidente en situaciones extremas, tales como el abuso de sustancias. Un alcohólico puede ser consciente del daño que se inflige con su hábito a sí mismo y sus seres queridos, sin embargo, sigue eligiendo el mismo comportamiento destructivo. ¿Por qué? Porque aunque es consciente de las consecuencias, de manera inconsciente siente que no merece nada mejor y ahí está la adicción más profunda: al sufrimiento y a la culpa, una carga emocional que gana por sobre el pensamiento racional. De forma intelectual puede recordarse a sí mismo de sus responsabilidades y de lo mal que se siente al día siguiente, pero la necesidad de sufrir y de auto-destruirse es tan fuerte que a menudo esta última es la que gana.

El amor-conciencia es más poderoso que nuestras programaciones inconscientes. Al elevar la vibración del amor, alimentando esa experiencia, la luz de nuestra conciencia comienza a brillar y las sombras de nuestras obsesiones, miedos y apegos empiezan a desvanecerse. Seguimos elevando nuestra conciencia, poco a poco, hasta que la vibración es más fuerte que la programación. Ya no sentimos que nos falta nada. Entonces la situación se invierte. El intelecto ya no está en control: se convierte en un sirviente de la conciencia, una herramienta que el amor-conciencia puede utilizar para interactuar con el mundo.