A lo largo de nuestra vida, muy a menudo la relación con nuestros padres y hermanos durante la niñez rige nuestro comportamiento con las demás personas.
Solemos sentirnos más cercanos a un padre que a otro, o competimos con uno de nuestros hermanos, formando así toda nuestra identidad alrededor de esta dinámica. Más tarde, como adultos, utilizamos a nuestros padres o hermanos como chivos expiatorios de nuestra insatisfacción, culpándolos por nuestra niñez desdichada.
La cosa es que esa tendencia frena nuestra capacidad de disfrutar de la vida. Sin embargo, si tomamos responsabilidad por nuestro crecimiento interior, podemos realmente perdonar de forma profunda a nuestros familiares.
Ese es el verdadero perdón, que no viene de un sentimiento de superioridad espiritual, de perdonar al otro “pecaminoso”, sino de la comprensión de que no hay nada que perdonar.
El perdonar de verdad es dejar de culpara los demás, al tomar responsabilidad por nuestra propia vida. Surge naturalmente como consecuencia de encontrar nuestra auto aceptación, ya que descubriendo nuestro propio amor interno, éste abarca todas nuestras relaciones interpersonales.
¿POR QUÉ TANTOS DRAMAS FAMILIARES?
Para mantener relaciones familiares saludables, la cualidad más importante es la transparencia. Nunca deja de sorprenderme el ver la cantidad de familias que guardan rencores y mantienen desacuerdos, a veces durante décadas. ¿Cómo puede Ser que las personas más cercanas a nosotros, a menudo sean las que menos podemos soportar? La razón, por supuesto, es simple: al convivir tan de cerca, los conflictos y los desacuerdos surgen naturalmente, pero si no sabemos cómo enfrentarlos de manera efectiva y resolverlos con reciprocidad, con compasión y honestidad, estamos fomentando el resentimiento, la discordia y la separación.

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“Perdonar de verdad es dejar de culpar a los demás.”
Parte del conflicto dramático de las grandes Obras literarias de la humanidad se construye alrededor de la falta de comunicación y las mentiras. Sin embargo, aunque crecimos conociendo las consecuencias del pastorcito que gritaba: “¡Ahí viene el lobo!”, y aunque todos sabemos que la nariz de Pinocho crecía a la par de sus mentiras, seguimos escondiéndole a nuestros familiares nuestros verdaderos sentimientos.
Al ocultar la verdad, quizás podamos evitar el conflicto momentáneo, pero en su lugar acumulamos un interminable resentimiento y una incomodidad sofocante, mucho más dañina que los fuegos artificiales pasajeros de una revelación tempestuosa. Si bien hemos visto las consecuencias de ese comportamiento incontables veces, continuamos escondiendo la verdad, en lugar de enfrentar la realidad y ser transparentes con lo que realmente está pasando.
Dejemos el drama familiar. Encontremos la paz que surge de la conexión honesta con nuestros seres queridos y el regocijarnos juntos con la vida, y observaremos cómo las relaciones que alguna vez fueron forzadas, pueden evolucionar y transformarse en un compartir liviano y amoroso de la verdad.
Tomado por Estrella valpo