Hace poco, durante un retiro en México, caminaba por las calles empedradas admirando la bahía, cuando una gran bandada de pájaros comenzó a cantar en los árboles, sobre mi cabeza. Me sorprendió darme cuenta de inmediato de lo mucho que se parece ese sonido al parloteo de la mente.

Hace poco, durante un retiro en México, caminaba por las calles empedradas admirando la bahía, cuando una gran bandada de pájaros comenzó a cantar en los árboles, sobre mi cabeza. Me sorprendió darme cuenta de inmediato de lo mucho que se parece ese sonido al parloteo de la mente. Al día siguiente, sugerí a los participantes del retiro que hiciéramos una meditación especial: debían ir caminando hasta ese sitio para sentarse bajo los árboles, adentrándose profundo en su conciencia y desde ahí atestiguar los pensamientos y el sonido de las aves.

Ruido de la mente

Tú también puedes hacerlo. Encuentra un sitio en la naturaleza donde sus sonidos –el susurro del viento en los árboles, el murmullo de un arroyo, el canto de los grillos en la noche o el trinar de los pájaros–, puedan servir como una especie de “ruido de la mente”. Concentra sin forzarte tu atención en los sonidos. Cuando te descubras aferrándote casi inadvertidamente a un pensamiento, procura volver tu atención gentilmente al sonido ambiental.

Escuchando desde un espacio interno

A través de esta práctica desarrollamos la capacidad de escuchar los sonidos externos desde un espacio interior de amor-conciencia y así aprendemos a distanciarnos de nuestros propios pensamientos. Este ejercicio nos provee de otra oportunidad para practicar el atestiguar la mente. Si aprendemos a ver nuestros pensamientos como un sonido pasajero en lugar de permitir que nos envuelvan completamente, éstos comienzan a perder poder sobre nosotros.

Así se hace más fácil soltar los patrones de pensamiento repetitivos y autodestructivos y dejar de torturarnos con la crítica y los juicios de nuestra mente.

Testigo de tus pensamientos

Una vez que ya estás familiarizado con la idea de ser testigo de tus pensamientos, puedes aplicar esa mentalidad a tus interacciones con los demás. Por ejemplo: la próxima vez que estés discutiendo con alguien, haz una pausa, lleva tu atención al interior y concéntrate solamente en escuchar lo que la otra persona tiene que decir. Independientemente de si estás de acuerdo o no con su punto de vista, solo escucha. Al hacer esto, no estás necesariamente asumiendo que la percepción del otro es verdadera, sino que estás permitiéndote realmente escuchar.

Escuchando siendo testigo de tus reacciones

Al escuchar, también te permites ser consciente –ser testigo– de la respuesta emocional que la opinión del otro genera en ti. Si sientes la necesidad de reaccionar, de defender tu punto de vista, de atacar o de justificar tu opinión, puedes estar seguro de que las palabras de la otra persona están disparando una emoción profunda en ti.

Escucha, y al mismo tiempo escúchate a ti mismo. Lleva tu atención por todo tu cuerpo y ánclate en lo profundo de ti, con la sola intención de estar muy presente con lo que está surgiendo. Puedes encontrar que lo que más resistías de tu oponente era lo que más necesitabas escuchar. ¡Incluso pueden darse cuenta de que ambos estaban defendiendo el mismo punto de vista y que, al calor del momento, ni siquiera se habían percatado de ello! O puede que te des cuenta de que no importa quién tiene la razón, y que la disputa en cuestión no es más que una pequeñez en la que no vale la pena gastar energía.

Atestiguar el momento presente

La experiencia de atestiguar y ser conscientes del momento presente llega a nosotros como una brisa fresca en un día caluroso, de forma gentil, tranquila y plena. Desapegados de los pensamientos y de las emociones estancadas, solamente sentimos la abundancia del ser y la increíble presencia del amor-conciencia.

Al desarrollar la capacidad de ser testigos,
obtenemos la claridad de visión requerida
para avanzar en nuestro viaje espiritual,
como una linterna
que alumbra el camino interior.