Las diferencias en las creencias religiosas han sido quizás la primera causa de guerras en la historia de la humanidad. Comienzan por razones insignificantes y suelen terminar en crueles matanzas. Es fundamental avistar los núcleos de verdad en todas las religiones del mundo y trascender las diferencias superficiales que conducen al conflicto y la discriminación.

Nuestro mundo goza de tradiciones religiosas y espirituales increíblemente ricas y cada una hace su aporte al gran mosaico de la civilización. Nuestra tarea es acudir a la esencia unificadora de las variadas tradiciones del mundo, aquello que  resuena en el fondo de nuestro ser como verdadero —las cualidades de amor, compasión, servicio y generosidad de espíritu, por ejemplo— y utilizarlo como una puerta hacia la empatía, la aceptación y el entendimiento intercultural.

El amor espiritual integrado, cuando es genuino y de corazón, toca lo universal, aquello que yace por debajo de las diferencias superficiales. Aferrarse de manera rígida a nuestra propia tradición nos impide recibir la riqueza de otras tradiciones.

Ciertos principios que aparecen en la mayoría de las religiones son verdades universales. La regla de oro “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, es una cualidad básica de la compasión, sustentada en el principio de reconocer a otros como un aspecto de nosotros mismos. Es tan universal que fue incluida en la “Declaración sobre la ética mundial” en el Parlamento de las Religiones del Mundo, y firmada por líderes de las principales religiones.

Pero, ¿por qué nos es tan difícil cumplir con esta regla de oro? Por nuestra falta de amor hacia nosotros mismos. La discriminación y la represión que “ejercemos con otros” es un reflejo de los juicios y el rechazo que sentimos por nosotros mismos. A menudo somos nuestros peores enemigos, juzgándonos con más vehemencia que cualquiera, reprimiéndonos y castigándonos, esforzándonos por comportarnos de manera diferente a lo que nos es natural.

Esta regla de oro está relacionada con el gran énfasis que las principales religiones comparten sobre el servicio. Dar es la extensión dichosa de un corazón realizado. Cuando experimentamos la plenitud interior, nuestro mayor placer se encuentra en extender nuestra propia dicha hacia otros. Así que el servicio no tendría que ser considerado como un deber: nuestro deber es descubrir el amor a nosotros mismos y entonces el dar con alegría, surge por añadidura.

A menudo las personas caritativas son más generosas con los demás que consigo mismos y en muchas culturas se percibe como una especie de abnegación.  Pero la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Cuando aprendemos a aceptarnos y ser bondadosos, generosos y amorosos con nosotros, estas cualidades naturalmente se desbordan hacia nuestro entorno, como una extensión de nuestro amor y aceptación propios.

Así como el manantial no puede hacer nada más que dar de si mismo, el corazón realizado no puede evitar compartir su hallazgo con la humanidad.

Articulo original tomado de Estrella Valpo